BREVES ANOTACIONES SOBRE EL PAPEL DE LA VIOLENCIA EN EL SURGIMIENTO DE LA FORMACIÓN ECONÓMICO-SOCIAL CAPITALISTA Y SU CONSOLIDACIÓN COMO MODO DE PRODUCCIÓN

ISADORE NABI

Karl Marx:

“Pero la acumulación de capital presupone plusvalía; la plusvalía presupone la producción capitalista; la producción capitalista presupone la preexistencia de masas considerables de capital y de fuerza de trabajo en manos de los productores de mercancías. Todo el movimiento, por tanto, parece girar en un círculo vicioso, del que sólo podemos salir suponiendo una acumulación primitiva (la acumulación previa de Adam Smith) que precede a la acumulación capitalista; una acumulación que no es el resultado del modo de producción capitalista, sino su punto de partida (…) La llamada acumulación primitiva, por lo tanto, no es más que el proceso histórico de divorciarse del productor de los medios de producción. Aparece como primitivo, porque forma la etapa prehistórica del capital y del modo de producción que le corresponde.”

Andre Gunder Frank. World Accumulation, 1492-1789. 7. Conclusions: On So-called Primitive Accumulation, 7.4. On Unending Class Struggle in Accumulation, p. 267-271.

El proceso desigual y desnivelado de acumulación fue a la vez causa (en un primer momento) y consecuencia (posteriormente como proceso retroalimentativo) de la creciente diferenciación de las fuerzas y relaciones productivas, y éstas de las diferencias en la composición e intereses de clase. Por ejemplo (…) variaciones relativamente menores en las circunstancias productivas y sociales entre Europa oriental y occidental a finales de la Edad Media permitieron, no obstante, durante la expansión económica del siglo XVI, el declive de la servidumbre y el desarrollo de las manufacturas en Europa en algunas partes de Occidente, mientras generaba o reforzaba una clase de terratenientes en Oriente cuyos intereses se oponían a un desarrollo similar y estaban ligados en cambio a la producción de productos básicos para la exportación. Para la producción de éstos, en ausencia de suficiente oposición urbana, forzaron con éxito al campesinado a una segunda servidumbre. La división del trabajo generó el desarrollo de clases poderosas de empresarios y funcionarios productivos, comerciales, políticos y militares (la distinción a menudo era difícil de hacer) cuyos intereses económicos inmediatos estaban ligados a la producción y el comercio con Europa a expensas de las masas de la población local y, en consecuencia, estas regiones no experimentaron ningún desarrollo autónomo y sufrieron el desarrollo del subdesarrollo de la misma manera que Asia y otras partes de África más tarde. Menos claro es cómo y por qué estos intereses metropolitanos y locales lograron imponerse a sí mismos y su orden económico, social y político con tanto éxito, a pesar de la oposición frecuente, si no constante, de los sectores oprimidos y explotados de la población (su oposición pasiva, activa y violenta, con algunas excepciones, no ha sido registrada en gran medida por los grupos gobernantes que han escrito la historia). En Europa misma, el proceso de diferenciación y generación de intereses en conflicto estuvo, por supuesto, lejos de ser uniforme y contribuyó a una agitada historia de conflictos internos y externos.

Como observó Marx, la fuerza y ​​la violencia fueron las comadronas de todo el proceso de acumulación originaria de capital. Gran parte de esta fuerza y ​​violencia fue organizada e institucionalizada por el Estado, cuya principal razón de ser ha sido y sigue siendo el subsidio asociado de una clase social y sector a expensas de otro. Aunque quizás todavía insuficientemente estudiado, la importancia del Estado en el sistema colonial, tanto en la patria como en la colonia, y en el sistema mercantil asociado y las guerras comerciales es intuitivamente evidente. Pero, como Adam Smith, si no todos los que lo reconocen como el padre de su disciplina, lo enfatizaron y Marx volvió a reiterarlo, el surgimiento y la acción del Estado jugaron un papel igualmente esencial en el desarrollo del capitalismo “doméstico” o “nacional” imponiendo la separación de los productores de sus medios de producción y la provisión de una fuerza de trabajo capaz de producir plusvalor, por no decir extra, plusvalía, o mediante la provisión de leyes y medidas que faciliten la realización de plusvalía por el capital. El desarrollo del Estado, y particularmente del Estado absolutista en el siglo XVII, no tuvo lugar hasta que fracasaron los intentos de construir un imperio, especialmente de los Habsburgo (…) Pero en la medida en que este sea el caso, también se puede sugerir (aunque Wallerstein dice que era intrínsecamente imposible) que el fracaso del imperio mismo fue en parte ocasionado inmediatamente por el fin de la expansión económica. Del mismo modo, se puede sugerir que el surgimiento del Estado fuerte con una soberanía nacional más limitada fue el resultado de la depresión económica en el siglo XVII, y en Francia ya en parte del siglo XVI. Esto impuso el atrincheramiento económico y exacerbó el conflicto económico, social y político dentro de las regiones vecinas y los grupos socioeconómicos al mismo tiempo que los convirtió en rivales por oportunidades más limitadas de aquellos en otras naciones en formación. Luis XIV y Colbert, por un lado, y Cromwell y el Parlamento Largo, por el otro, representaron los resultados de la depresión del siglo XVII, aunque no representaron las únicas soluciones posibles. Las políticas “nacionalistas” de sus estados fueron la respuesta, en tiempos de dificultades económicas, de compromiso y arbitraje entre grupos de interés económicos en pugna y la conversión de los intereses del ganador en política estatal y nacional. Esto fue más claramente visible en las alianzas internacionales cada vez más motivadas comercialmente y en las guerras anglo-neerlandesas, anglo-francesas e hispánicas de los siglos XVII y XVIII. Los capítulos 2 y 3 (relativos a la depresión del siglo XVII y la economía política del ciclo de expansión y rivalidad, respectivamente) distinguen entre estas entre guerras “ofensivas”, o campañas militares y diplomacia internacional durante o inmediatamente después de períodos de auge económico, y guerras “defensivas”, durante períodos de recesión económica y depresión. El lugar de las guerras “religiosas” y de sucesión dinástica, así como de todas las guerras, en el proceso mundial de acumulación de capital necesita, por supuesto, necesita mucho más estudio.

La relación del conflicto ideológico y religioso con el proceso de acumulación de capital, y con su incidencia y ritmo desiguales, también requiere un estudio más sistemático. En el contexto del materialismo histórico, el argumento de R. H. Tawney en Religion and the Rise of Capitalism (1947) de que las condiciones de este último proporcionan el contexto del primero, es más persuasivo que el de Weber en The Protestant Ethic and the Spirit of Capitalism (1958) de que el primero genera el segundo. He argumentado (1974, 1978) cuán insatisfactoria es esta tesis de Weber en contraste con el análisis de las relaciones de producción e intercambio en el proceso de acumulación de capital. Así, si judíos y protestantes estuvieron en Europa asociados a la expansión económica (aunque no por razones de su “ética”), su expulsión aquí y allá, y la Contrarreforma en uno u otro principado, parecería haber estado inmediatamente relacionada con la contracción económica y/o dominio renovado de los intereses territoriales y/o contracción económica[1]. Que la rebelión y la revolución están relacionadas con alteraciones en la composición de clase que surgen de cambios en las fuerzas y relaciones de producción, y en particular que a menudo son desencadenadas por crisis económicas, está ampliamente documentado, pero no analizado sistemáticamente en el contexto del proceso de acumulación como un todo. Las revoluciones inglesa, francesa y estadounidense de los siglos XVII y XVIII, analizadas en los capítulos 2 y 5 (relativos a la depresión del siglo XVII y a la depresión y revolución del período 1762-1789, respectivamente), sin mencionar las revoluciones y contrarrevoluciones posteriores y contemporáneas, están relacionadas con tales crisis económicas y políticas.

Observar y argumentar que estos eventos políticos e ideológicos superestructurales no son arbitraria o simplemente autodeterminados, sino que durante siglos han sido partes determinadas de la incidencia y el ritmo desiguales del proceso de acumulación de capital, y esto, además, no solo a escala local o nacional sino a escala mundial, no niega que a su vez ejerzan influencias cualitativamente cruciales y de largo alcance sobre este proceso de acumulación y su “infraestructura”. Por ello, el argumento central al respecto es que los movimientos políticos e ideológicos, así como los culturales y científicos, son decisivos para el proceso económico[2]. Una de mis hipótesis al respecto (presentada en los capítulos 2 y 5) es que la incidencia de grandes invenciones científicas y técnicas, así como de “revolución” filosófica y artística, es coincidente y generada o acelerada por la crisis economía (y por ello, también crisis política). Tal vez el avance científico y cultural gradual acumulativo sea alimentado y logrado durante los períodos de expansión económica, a cuya continuación también pueden ayudar a contribuir. Pero mi hipótesis es que las “revoluciones kuhnianas[3]” en los paradigmas científicos, filosóficos o culturales surgen directa o indirectamente de la crisis económica en la que “la necesidad es la madre de la invención”. En los capítulos 2 y 5 sugiero que la revolución científica del siglo XVII asociada con Galileo, Leibniz, Descartes y otros y la revolución tecnológica de finales del siglo XVIII asociada con Watt, Arkwright, Ely y otros fueron en parte crisis económicas generadas por intentos en la reducción de los costos de producción y la expansión de las fronteras económicas bajo limitaciones económicas.

Aunque hay alguna evidencia de investigación tecnológica patrocinada y financiada por el Estado y otras instituciones (y el establecimiento de sociedades e institutos científicos) asociada con la crisis del siglo XVII, el hecho de que muchos de los principales avances científicos y tecnológicos en ese entonces y desde entonces provinieran de “outsiders” extra- institucionales (Einzelgänger, autodidacta) parecerían dar aún más plausibilidad a mi hipótesis ya que son ellos los que están particularmente convulsionados por la agitación de los tiempos, y por eso son outsiders.

Mi hipótesis es que la crisis económica también se vuelve indirectamente efectiva a través de la crisis política que engendra y este efecto es particularmente fuerte en aquellos individuos (también solitarios o rebeldes) que sugieren los avances revolucionarios en la filosofía y las artes, así como en las ciencias. La mayor parte del Renacimiento coincidió con la crisis o crisis de los siglos XIV y XV, y muchas de sus figuras más importantes se movieron políticamente por ello (aunque el “Alto Renacimiento” en Italia coincidió con lo que aparentemente ya era un período de auge económico). Pero muchas de las principales figuras de la renovación filosófica y artística del siglo XVII y de la Ilustración de finales del siglo XVIII trabajaron y ganaron aceptación en tiempos de crisis económica y política. De manera similar, puede decirse que las “revoluciones” científicas, filosóficas y culturales de los siglos XIX y XX ocurrieron durante períodos de crisis económicas y políticas particulares, o que fueron generadas por ellos, y por la mediación de mentes particularmente agitadas por estas crisis. El trabajo de tales mentes, a su vez, ha tenido una influencia de largo alcance en el curso de la historia humana y en el proceso de acumulación de capital posterior. Hasta cierto punto, incluso la interpretación y escritura “revolucionaria” de la historia ha tenido y puede tener alguna influencia en el curso de la historia misma.


[1] Un argumento relacionado se encuentra en la obra de Wallerstein The Modern World-System. Vol. I. Capitalist Agriculture and the Origins of the European World-Economy in the Sixteenth Century (1974).

[2] Entendiendo esto como una retroalimentación de lo económico para sí (usando la terminología hegeliana), puesto que lo superestructural es un reflejo de lo económico, aunque no un reflejo pasivo.

[3] Relativas a Thomas Kuhn.

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